Por BHIM BHURTEL
Contrariamente a los dramáticos titulares, el viaje a China del primer ministro indio no fue un giro histórico hacia Pekín y Moscú ni un alejamiento de Washington.
La participación del primer ministro indio Narendra Modi en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái celebrada en Tianjin la semana pasada ha suscitado un gran interés en la política internacional, el mundo académico y los medios de comunicación.
Las fotos y los vídeos de Modi estrechando la mano del presidente chino Xi Jinping y del presidente ruso Vladimir Putin dominaron los ciclos informativos occidentales, convirtiéndose rápidamente en la imagen definitoria del evento.
Algunos comentaristas se apresuraron a concluir que había nacido un nuevo «eje de agitación». Muchos describieron la escena como el presagio de un nuevo capítulo en el equilibrio de poder global, una señal de que India se acercaba a China y Rusia, desafiando a Occidente.
Otros sugirieron que reflejaba la creciente presión de Donald Trump, cuyas batallas arancelarias y su intimidación geopolítica han llevado a Nueva Delhi a buscar espacio para un reajuste estratégico.
Sin embargo, estos comentarios fueron dramáticos, pero superficiales. La participación de Modi no fue un cambio histórico. Fue un ajuste táctico, una actuación temporal dictada por las necesidades políticas inmediatas en el país y una cobertura calculada en el exterior, más que una reorientación estructural de la política exterior de la India.
La composición de la delegación de Modi ofreció la primera pista sobre el pensamiento estratégico que subyace a la visita a Tianjin. La ausencia de Subrahmanyam Jaishankar, ministro de Asuntos Exteriores de la India y su principal estratega diplomático desde 2015, fue un detalle significativo.
Jaishankar, primero como secretario de Asuntos Exteriores y luego como ministro, ha sido el arquitecto central de los compromisos internacionales de la India bajo el mandato de Modi. Su ausencia indicaba que la visita tenía un alcance limitado, centrado en la gestión de la seguridad y el equilibrio táctico, más que en una gran estrategia.
Este detalle socava las afirmaciones apasionadas de que Modi estaba trazando un nuevo y audaz camino. La India sigue considerando que su relación con Washington es invaluable. A pesar de las frustraciones, esa asociación sigue siendo la piedra angular de la estrategia internacional de Nueva Delhi.
La decisión de Modi de llevar a Ajit Doval en lugar de Jaishankar reforzó la opinión de que Tianjin se trataba de una maniobra política a corto plazo, y no de una estrategia a largo plazo. La urgencia detrás de esta maniobra se hace más clara cuando se observa el clima político interno de la India. Modi gobierna actualmente bajo una enorme presión.
La economía se tambalea. El desempleo ha alcanzado su nivel más alto en décadas. La inflación ha erosionado el poder adquisitivo de los hogares comunes, lo que ha dificultado la vida de los aam aadmi (gente común), cuyo apoyo Modi alguna vez reivindicó como su base política.
La rupia india se ha desplomado frente al dólar, lo que ha minado la confianza. Las propias burlas de Modi en el pasado contra el Gobierno del primer ministro Man Mohan Singh por presidir la depreciación de la moneda se han vuelto en su contra, convirtiéndose en motivo de burlas y críticas por parte de sus oponentes.
Mientras tanto, los agricultores indios siguen agitados y organizan protestas que no cesan. Los partidos de la oposición, oliendo sangre, han lanzado ataques implacables contra el Gobierno por el aumento de los precios, la creciente desigualdad, la corrupción y la mala gestión económica. También han aprovechado el fiasco de la Operación Sindoor, una desafortunada aventura militar, para acusar a Modi de imprudencia e incompetencia.
El Gobierno se ve acorralado tanto dentro como fuera del Parlamento y en las calles. Las elecciones a la Asamblea de Bihar a principios de noviembre de este año contribuyen a la escalada política de lo que está en juego. Modi, que durante mucho tiempo se ha presentado como un hombre firme y fuerte con un «pecho de 56 pulgadas», es ahora objeto de burlas y dudas sobre su liderazgo. El fracaso de la Operación Sindoor ha dañado su imagen de primer ministro guerrero y audaz a nivel nacional.
Incluso su tan publicitada amistad con Trump, que en su día se presentó como prueba del auge de la India, se ha visto empañada por las disputas arancelarias y las enconadas guerras comerciales. Con Washington acechándole en sus pesadillas y Pekín como una amenaza siempre presente en la frontera, Modi no tiene más remedio que buscar formas de demostrar su fuerza.
La cumbre de Tianjin le proporcionó precisamente eso. Calculó que las imágenes de los apretones de manos con Xi y Putin podrían silenciar a algunos críticos, mostrar resistencia a Trump y permitirle presentarse como una figura global indispensable en un momento en el que su posición interna se ha visto gravemente afectada.
El contexto estratégico más amplio subraya la intrincada naturaleza de las relaciones de la India con China y Rusia. Estas no son relaciones sencillas, sino problemáticas, complejas y, en última instancia, secundarias a sus alianzas con Occidente.
Con China, el pasado es una carga. La guerra de 1962, décadas de tensiones fronterizas, el abandono por parte de Modi de los acuerdos de Wuhan y Mahabalipuram, y el sangriento enfrentamiento del valle de Galwan en 2020 han dejado un residuo de desconfianza que ningún apretón de manos en una cumbre puede borrar.
Con Rusia, Nueva Delhi tiene relaciones basadas en el pasado: las importaciones de defensa y las compras de petróleo a precios asequibles siguen siendo vitales. Pero la guerra de Moscú contra Ucrania ha empujado a la India a una situación delicada, en la que debe mantener el equilibrio entre un vendedor de larga data y su creciente relación con Washington.
La fuerte presión de Trump, que exigía a la India «elegir bando», hizo que este equilibrio fuera más precario y, paradójicamente, hizo políticamente necesario visitar China después de siete años. Pero los motivos de Modi eran transparentes: mantener cierta influencia, reducir las tensiones en la frontera y demostrar que la India no está en deuda con un único socio.
El panorama de seguridad actual en Asia se define por proyectos de influencia contrapuestos. China amplía su alcance a través de la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda y el peso institucional de la OCS. Estados Unidos contraataca con su Estrategia Indo-Pacífica y el Quad, en el que la India se sienta junto a Estados Unidos, Japón y Australia.
Nueva Delhi se refiere a su posición como «autonomía estratégica», la capacidad de tomar decisiones independientemente de otras naciones, y a veces como «multi-alineación», la práctica de alinearse con múltiples países o grupos en diferentes cuestiones, pero en realidad, la balanza se inclina fuertemente hacia Occidente.
China y Rusia ofrecen opciones tácticas, mientras que la asociación con Estados Unidos sustenta la postura disuasoria y las aspiraciones económicas de la India. La jerarquía de prioridades es clara y no cambió en Tianjin.
Cuatro consideraciones explican por qué Modi se comprometió con Xi y Putin en este momento. En primer lugar, la cooperación en materia de seguridad de la India con Estados Unidos es demasiado profunda como para abandonarla y ha supuesto un coste muy elevado para la India. Desde el intercambio de información hasta las maniobras militares conjuntas, esta asociación sustenta la respuesta de Nueva Delhi a Pekín.
En segundo lugar, Modi depende de la visibilidad internacional para reforzar su imagen de hombre fuerte en su país, especialmente en momentos de tensión económica y críticas políticas. En tercer lugar, la India necesita seguir teniendo acceso a la energía rusa y debe gestionar su abultado déficit comercial con China.
En cuarto lugar, Nueva Delhi debe mantener los canales de comunicación para que no se repita el estallido de violencia en la frontera en disputa, especialmente desde que la Operación Sindoor reveló la incapacidad de la India para librar dos guerras simultáneas contra Pakistán y China.
Estas consideraciones hacen que Modi sea pragmático: no puede parecer demasiado dependiente de Washington, pero tampoco puede permitirse perder la asociación. Por lo tanto, el ocasional abrazo a Xi y Putin se convierte en un ejercicio de control de daños, no de transformación. El pensamiento estratégico que subyace a las acciones de Modi debería hacer que el público sea consciente de las alternativas disponibles para Modi en las decisiones de política exterior de la India.
Los medios de comunicación occidentales, ávidos de dramatismo, describieron la aparición de Modi en Tianjin como un punto de inflexión en la política exterior de la India. Esa narrativa halaga a Modi, pero tergiversa la realidad. La India sigue estando principalmente anclada a los Estados Unidos.
El compromiso con China y Rusia sirve como complemento, como protección táctica en momentos de vulnerabilidad. Modi no está abandonando a Occidente; está ganando tiempo, mitigando presiones y montando espectáculos para múltiples audiencias. La diplomacia del apretón de manos satisface a los electores nacionales que ansían pruebas de fortaleza, tranquiliza a Moscú sobre su continua relevancia y advierte a Washington de que no dé por sentada a la India.
Sin embargo, bajo la coreografía, nada fundamental ha cambiado. Modi calcula que, una vez que Trump salga de la escena política después de 2028, la India encontrará un camino más fácil para restablecer las relaciones con Washington, lo que sigue siendo la máxima prioridad de su Gobierno.
A menos que Modi deje de lado a Jaishankar —la señal más clara de un verdadero cambio estratégico—, las afirmaciones de una reorientación seguirán siendo vacías. Modi mantuvo a Jayshankar como carta de triunfo para la reactivación de las relaciones de la India con Estados Unidos en un futuro restablecimiento. La visita a Tianjin no fue una declaración de independencia de Occidente, sino más bien un reflejo de la difícil situación política de Modi.
En última instancia, el viaje de Modi a China revela más sobre la fragilidad de su propia posición que sobre el futuro del equilibrio de poder en Asia. Lejos de desvelar un nuevo orden geopolítico, la cumbre puso de manifiesto el carácter transaccional y táctico de la diplomacia india bajo presión.
Modi estrechó la mano en Tianjin no porque quisiera reescribir la gran estrategia de la India, sino porque necesitaba un respiro de las críticas internas y el aislamiento internacional. La teatralidad cumplió su propósito a corto plazo.
Sin embargo, no alteró los fundamentos de Jaishankar: el núcleo estratégico de la India reside en Occidente, no en China, y Modi cree firmemente en esta idea. Al mismo tiempo, sus coqueteos con China y Rusia siguen siendo gestos de necesidad, movimientos oportunistas en un juego cada vez más peligroso.
La actuación de Modi no fue, por lo tanto, el inicio de un reinicio histórico, sino el último recordatorio de lo frágil que se ha vuelto su imagen de hombre fuerte. Si Modi destituye pronto a Jaishankar sin contemplaciones, entonces podemos creer que Modi se toma en serio el reinicio estratégico de la India. Hasta entonces, el statu quo prooccidental se mantendrá.
BHIM BHURTEL
Bhim Bhurtel imparte clases de Economía del Desarrollo y Economía Política Global en el programa de máster de la Universidad Abierta de Nepal. Fue director ejecutivo del Nepal South Asia Center (2009-14), un centro de estudios sobre el desarrollo del sur de Asia con sede en Katmandú.
Traducción: Stolpkin.net
Fuente original en Inglés: https://asiatimes.com/2025/09/modis-tactical-tango-with-beijing-and-moscow/
