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Mientras Pekín orquesta un momento multipolar aparentemente trascendental, las divisiones estratégicas y las alianzas inestables revelan una realidad mucho más precaria

Por: Y TONY YANG

El gran espectáculo que se está desarrollando esta semana en Tianjin, con Vladimir Putin y Narendra Modi flanqueando a Xi Jinping en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), parece anunciar el liderazgo global ascendente de China.

Los comentaristas occidentales están comprensiblemente alarmados, ya que ven esta convergencia como una validación de la visión multipolar del mundo de Pekín y una prueba del declive de la influencia de Estados Unidos bajo las disruptivas políticas comerciales de Trump.

Pero esta narrativa, por convincente que parezca, oculta una realidad más compleja: el supuesto triunfo diplomático de Xi puede, en realidad, poner de manifiesto las limitaciones estratégicas de China en lugar de demostrar su creciente fortaleza.

La fragilidad detrás de la fachada

Consideremos las circunstancias que llevaron a Modi a Tianjin. El primer ministro de la India no está allí porque de repente haya abrazado el liderazgo chino o haya abandonado la autonomía estratégica.

Está allí porque los aranceles del 50 % impuestos por Trump a los productos indios dejaron a Nueva Delhi sin otra opción que diversificar sus opciones diplomáticas. Se trata de una geopolítica reactiva, no de una alineación proactiva.

Del mismo modo, la presencia de Putin refleja el aislamiento de Rusia más que el atractivo magnético de China. Moscú necesita a Pekín más de lo que Pekín necesita a Moscú, una dependencia que socava fundamentalmente cualquier noción de asociación genuina entre iguales.

Xi puede haber orquestado esta reunión, pero en esencia está acogiendo a un grupo de apoyo para los países perjudicados por las decisiones políticas estadounidenses. Esto difícilmente puede considerarse la base de un liderazgo global sostenible.

El aspecto más llamativo del teatro de la cumbre de Xi es su contradicción inherente.

China se posiciona simultáneamente como defensora de la soberanía y la no injerencia, al tiempo que busca activamente remodelar el orden mundial, una ambición fundamentalmente intervencionista que refleja la misma hegemonía estadounidense a la que dice oponerse.

El desfile militar que conmemora el fin de la Segunda Guerra Mundial es una metáfora perfecta de esta paradoja. Al reescribir las narrativas históricas para enfatizar las contribuciones de China y Rusia por encima de los esfuerzos de los aliados occidentales, Xi se involucra precisamente en el tipo de proyección ideológica que Pekín critica cuando lo hace Estados Unidos.

El desfile no solo tiene que ver con el poderío militar, sino también con la manipulación de la memoria, lo que difícilmente puede considerarse el comportamiento de una potencia segura y confiada.

La prueba de Modi

La participación de la India en la cumbre ofrece una visión clara de las limitaciones del enfoque de Xi. A pesar de la cordialidad diplomática y de los discursos sobre «dragones y elefantes bailando juntos», las contradicciones fundamentales en las relaciones entre China y la India siguen sin resolverse.

El continuo apoyo de China a Pakistán —incluido el suministro de aviones de combate J-10C utilizados contra las fuerzas indias— socava directamente cualquier asociación significativa con Nueva Delhi. Las restricciones de Pekín a las exportaciones de tierras raras a la India y las continuas disputas fronterizas ponen aún más de relieve la brecha entre la retórica de la cumbre y la realidad sobre el terreno.

La presencia de Modi en Tianjin representa una maniobra táctica, no un reajuste estratégico. La India sigue comprometida con su política de alineación múltiple, colaborando tanto con China como con Estados Unidos según lo requieran las circunstancias.

Este no es el comportamiento de un país que se une a un bloque liderado por China, sino el comportamiento de una potencia soberana que maximiza sus opciones.

Potencias medias poderosas

El beneficiario último de este reajuste geopolítico puede que no sea ni China ni Estados Unidos, sino la propia imprevisibilidad estratégica.

Al crear un entorno en el que las alianzas tradicionales se ven sometidas a tensión y las nuevas asociaciones siguen siendo frágiles, la dinámica actual favorece a las potencias medias ágiles frente a las hegemonías establecidas.

Países como India, Turquía y Brasil se encuentran cada vez más en posiciones en las que pueden obtener concesiones de múltiples grandes potencias sin comprometerse plenamente con ningún bando. Esto representa un retorno a la política de equilibrio de poder del siglo XIX, más que el surgimiento de un orden mundial genuinamente nuevo.

El éxito de Xi en la cumbre oculta un desafío estratégico más profundo para China: cómo traducir las victorias diplomáticas tácticas en una influencia duradera. Acoger a líderes descontentos no crea automáticamente una alternativa coherente al liderazgo estadounidense. Simplemente crea una reunión de insatisfechos.

El verdadero liderazgo mundial requiere algo más que proporcionar una plataforma para el sentimiento antiamericano. Exige ofrecer soluciones genuinas a los retos comunes, crear instituciones que perduren más allá de los líderes individuales y demostrar el tipo de fiabilidad constante que genera confianza a largo plazo.

El enfoque de China —oportunista, transaccional y muy dependiente de las frustraciones de otros con Estados Unidos— carece de estas cualidades. Pekín se beneficia de las perturbaciones de Trump, pero esto hace que la influencia china sea parasitaria en lugar de generativa.

El camino por delante

En lugar de celebrar o lamentar el espectáculo de la cumbre de Xi, los observadores deberían reconocerlo por lo que realmente representa: un síntoma de la transición del orden mundial, no su destino final.

La verdadera pregunta no es si China está desplazando el liderazgo estadounidense, sino si una sola potencia puede proporcionar un liderazgo global coherente en una era de influencia distribuida y nacionalismos en competencia.

La cumbre de la OCS puede parecer una victoria para la diplomacia china, pero en realidad demuestra los límites de la política de las grandes potencias a la hora de abordar los retos del siglo XXI.

Ya sea en Tianjin o en Washington, la era del liderazgo hegemónico —chino o estadounidense— puede estar llegando a su fin, no por el éxito de las potencias rivales, sino por sus propias contradicciones internas.

Desde esta perspectiva, la gran cumbre de Xi se convierte menos en un presagio del dominio chino y más en un intento nostálgico de recrear las mismas dinámicas de poder que la globalización ya ha comenzado a erosionar.

El futuro no pertenece a quienes dominan el juego de las grandes potencias de ayer, sino a quienes son capaces de navegar por la complejidad multipolar del mañana.

Fuente: Asia Times

Traducción: Stolpkin.net

Y Tony Yang es profesor titular y vicedecano de la Universidad George Washington en Washington, D.C.

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